Si uno de los rasgos característicos de la obra de Wolfgang Tillmans radica en su capacidad para reflejar y celebrar la fragilidad e inestabilidad de cuanto nos rodea, ello podría ser debido a lo que ha sido su vida desde que abandona su ciudad natal y llega a Londres en 1983: un continuo ir y venir entre ciudades como Remscheid, Londres, Hamburgo, Nueva York, Berlín o Frankfurt. Una vida nómada que, intuyéndose tras lo que se percibe en cada una de sus obras, es la que le induce a querer transmitir a través de su producción un sentimiento que, respondiendo a la emoción que se desprende de un lugar, una persona, un paisaje o un objeto define y retrata al artista por encima de cualquier cosa.

Considerando que, lejos de la voluntad de vincular su producción a una ciudad, un individuo, un objeto o un paisaje, su obra traza los rasgos de una emoción alimentada por la experiencia personal, la observación metódica de los cauces por los que transcurre su vida, la congelación de unos momentos que a sus ojos parecen cruciales y la elevación de lo insignificante a la altura de un gran acontecimiento, se podría decir que la obra de Tillmans es un retrato de un sentimiento interior procedente de una mirada calidoscópica caracterizada por la capacidad de sugerir a través de una imagen conceptos alternativos a las convenciones de belleza, amor o amistad mediante la representación de paisajes, retratos o bodegones de apariencia espontánea pero de planificada concepción.

Partiendo de la premisa que la obra de Tillmans surge de lo que estimula su creatividad y le induce a congelar en una imagen la emoción de una experiencia, se puede decir que todo cuanto nos rodea –y le rodea- puede ser captado por su mirada y transformado en una obra. Desde un encuentro entre amigos a una fiesta en un club pasando por un baño de verano en un lago, la estela de un avión en el cielo, los productos que se acumulan en una habitación, un beso en la calle o una rata intentando entrar por alguna de las ranuras de una bolsa de basura.

Creada durante el año de residencia de Tillmans en Nueva York, “Rats on trash bags” de 1995, es una obra inquietante por cuanto es capaz de evocar a partir de tan sólo dos cosas: una rata y una bolsa de basura. Tomada probablemente durante uno de sus paseos por la ciudad de los rascacielos, lo primero que se percibe detrás de esta obra es la importancia que le da Tillmans al hecho de estar atento a cuanto sucede a cada paso. Obviando el hecho de que la imagen en sí provoca a primera vista un cierto asco o rechazo, uno de los aspectos de la personalidad de Tillmans que se evidencia en esta imagen es el instinto voyeur que, en general, recorre toda su obra y la fuerza de una mirada que viéndolo todo se fija en lo que a menudo puede ser un acto para no ser visto. Cazada en un momento de posible peligro, hay algo en la imagen que produce ternura. Y es que por el hecho de haber sido descubierta, la rata se nos presenta con total indefensión.

 Frederic Montornès